Recién inaugurado en el clásico Hotel Niza de San Sebastián, el restaurante Narru reabre sus puertas en un nuevo enclave. El bar de tapas ocupa la planta baja del edificio con un enorme ventanal con vistas a la bahía de la Concha, y el restaurante se desarrolla en el semisótano. Su cocina es una clara referencia en la moderna cocina vasca, basada en materias primas de primera calidad.
El local, anteriormente una pizzería, era frío, con mala acústica y muy poca luz natural. Los principales objetivos fueron entonces aportar calidez, frescura y mucha luminosidad. Se recuperó el valor de sus pilares de arenisca y se conservó el antiguo hormo de leña.
La decisión fundamental fue unificar los espacios mediante un friso de madera de roble que recorre todo el local y que va incorporando muebles, encimeras y bancos creando rincones más íntimos. Además se optó por un suelo continuo de microcemento tanto en la zona de comedor como en baños y cocina.
Las paredes se han acabado en yeso en bruto con textura de llana, en blanco roto y para resolver la reverberación, se instaló en el techo el aislante acústico Heraclith en el mismo color que las paredes. 
Los colores se convierten en protagonistas en esta base neutra. Aparecen salteados en tapicerias de respaldos y asientos de los bancos y sirvieron para personalizar las sillas Miss de la firma donostiarra Ondarreta, tres colores frescos y playeros en tres texturas diferentes de la firma danesa Kvadrat. El movimiento de respaldos y asientos en los bancos permiten una gran flexibilidad funcional en el programa de mesas pudiendo adaptarlas a las necesidades de grandes grupos y rompe también con la monotonía formal ayudada por una selección de cuadros antiguos en diferentes formatos repartidos de forma irregular por el local.
Al tratarse de un semisótono con escasa luz natural, era muy importante disimular esta condición. Se solucionó mediante una alineación flexible de QRs de FLOS, en las zonas de banco corrido, y en las mesas fijas se colocaron las lámparas de fieltro gris y blanco "Felt shade" de Tom Dixon, que crean un ambiente muy íntimo y acogedor. La luz natural se intentó capturar al máximo recuperando las ventanas en cristal transparente que introducen el exterior del paseo de la playa al interior y que los espejos se encargan de propagar por el interior del local. 
El toque de humor, lo ponen las composiciones "de la huerta a la olla", que surgieron del reciclaje de las antiguas ollas en acero inoxidable del local, reutilizadas en el nuevo local como macetas para pequeñas huertas con productos de temporada que después se utilizan en cocina. Las pantallas de estas divertidas lámparas realizadas en Tyvek, recuerdan a gorros de cocinero, característicos en esta ciudad tan gastronómica.
La gráfica, desarrollada en colaboración con Luisa Chillida, refleja la frescura y simplicidad del local. La cartelería y vinilos, colocados estratégicamente en los diferentes accesos, proporcionan transparencia e intimidad a base de un efecto niebla que deja entrever lo que se cuece dentro.